jueves, 14 de mayo de 2015

Kyoto en el corazón


Por primera vez en el viaje dentro de Japón, puedo decir que tuvimos mala suerte. Después de una excelente estadía en Nara tomamos el tren a Kyoto y llegamos a la ciudad junto a un tifón que hace rato venían anunciando en la tele, lo que significo mucha lluvia y viento, pésimos aliados para el turismo a pie.

Por esa misma razón, y a pesar de que nos aguantamos el mal genio mutuo y la lata de mojarnos, ese día solo visitamos rápidamente dos grandes templos, un mítico Book Off y las afueras del edificio de Nintendo, donde Pato se saco una foto, pensando que seria lo mas cerca que estaría de la meca de sus sueños.

Lo único bueno del día feo fue que llegamos tempranito al hotel y pudimos descansar, conversar, re-planificar los próximos días y dormir mas de lo normal, algo muy necesario para enfrentar el próximo día, que vendría recargado con las cosas que no alcanzamos a hacer por la lluvia.

Y como los japos son extremadamente exactos con todo, tal como habían anunciado, el tifón se fue mas al norte y al día siguiente salió el sol con tuti, y nos regalo un día realmente perfecto.


Lo primero que hicimos fue caminar hacia el Castillo Nijo, que nos queda acerca del hotel, y ahí, por solo 300 yenes (como 1600 pesos chilenos) pudimos recorrer sus espacios por completo y caminar entre sus parques, para después tomar un tren hacia el santuario de Fushimi Inari, el mítico lugar con millones de toris rojos en fila (es probable que lo hayan visto en imágenes sobre Japón). Ese paseo estuvo genial, empezabas a subir por senderos llenos de templos y toris de color anaranjados puestos en fila de tal manera que generaban largos túneles hacia lo alto del cerro, y al mismo tiempo podías maravillarte con la naturaleza y el agua que caía por un costado del camino, generando un ambiente realmente acogedor.

Fue ahí que paso lo que, para Pato, constituye el punto mas alto del viaje y el mayor golpe de suerte que se podría haber imaginado. Cuando ya habíamos avanzado por gran parte de los senderos, nos topamos con unas personas grabando algo y como buenos chilenos curiosos y metiches, nos acercamos a mirar.

Es súper difícil describir con palabras ese momento, porque la felicidad y la emoción de Pato no caben en un simple relato. La cosa es que cuando nos acercamos, Pato pudo ver a lo lejos a un señor medio canoso haciendo un dibujo en las típicas tablitas que se cuelgan en los templos para pedir deseos, y antes de que pudiera volver a respirar, me dijo con los ojos semi aguados "es Miyamoto" y fue como si me dijeran cualquier cosa, porque no tenia idea que el señor ahí presente era el creador de Mario Bros, uno de los viejujos mas capos del mundo ñoño de los juegos de video. Y ahí estaba, frente a nosotros, con un equipo de cerca de 10 personas que lo grababan y le indicaban que hacer, mientras Pato permanecía casi inmóvil con la cámara en mano, repitiendo "es Miyamoto CTM!!!!!!!!!!!!!!!".

Yo creo que por poco no le dio un patatús, pero estaba a punto del colapso nerd, así que ahí mismo, con todo el inglish que pudimos, le pedimos a una de las señoras de la delegación si podíamos pedirle una foto, y tras preguntarle como a siete gayos mas antes de pedirle al mismísimo viejito, aceptaron de lo mas amables y sucedió lo que tenia que suceder: con paso tembloroso y una sonrisa de oreja a oreja, Pato se acerco al señor Miyamoto y le dio la mano, balbuceo algunas frases del tipo "soy tu fan, vengo de Chile" y poso radiante para la foto, que tome mientras también me temblaba todo, porque finalmente la emoción que sentía Pato era una emoción que se contagiaba, y la verdad es que era demasiado increíble todo lo que estaba pasando ahí, en Japón, a miles de kilometros de Chile, justo ese día, en ese lugar, a esa hora, en esas condiciones. Simplemente era lo que tenia que pasar.

Después de darles las gracias como cuarenta veces, y de alejarnos del lugar como pisando nubes, nos detuvimos, volvimos a respirar y nos reímos, con esa risa que mezcla la emoción con los nervios y la incredulidad de haber vivido ese encuentro, que para muchos puede ser una tontera, pero para Pato, era un gran sueño, tanto así que recuerdo que una de las cosas casi inimaginables que me había comentado antes de viajar, era encontrarse con Shigeru Miyamoto. Y eso se había hecho realidad.

Cuando, muy de a poco, pudimos volver en si, terminamos de recorrer el templo y tomamos el tren de vuelta a la estación de Kyoto, para visitar el templo Kiyomizu-dera, sin dejar de caminar entre nubes y de reírnos cada cierto tiempo de la mansa suerte que habíamos tenido.

El paseo por el llamado "templo del agua" estuvo genial, aunque nos topamos con chorrocientos escolares que andaban de paseo de curso, por lo que a pesar de lo lindo que era todo, teníamos ganas de avanzar pronto para escapar de la estampida humana que visitaba el lugar justo a esa hora. Lo bueno es que tras atravesar la parte principal, pudimos encontrar un lugar para admirar con tranquilidad el santuario, que como casi todos los templos, estaba metido entremedio de la naturaleza, lo que siempre le da un toque aun mas especial a esos espacios sagrados. Este, en particular, estaba construido en lo alto de un cerrito, y una gran parte del espacio estaba sostenida por enormes pilares que bajaban hasta la entrada al lugar, lo que le daba especial majestuosidad.

Cuando terminamos este recorrido ya estábamos cansados y hambrientos así que antes de seguir buscamos un lugar para almorzar. Arrastrando las patas, caminamos un par de cuadras hasta que nos encontramos con el paraíso: un sucucho que vendía hamburguesas con papitas, las que devoramos en un par de mascadas para volver a retomar nuestro camino, ahora hacia el "pabellón de plata" un templo zen que nos dejo realmente impactados con su impecable belleza, sus jardines bien cuidados y lo hermoso del entorno, lleno de arboles de distintos verdes y senderos llenos de agua y vegetación. Un lugar maravilloso, que trasmitía muchísima paz, algo realmente necesario después del griterío de cabros chicos de esa mañana.

Después de disfrutar de la calma, salimos en estado ommm a recorrer el bien llamado"camino del filosofo", un sendero de aproximadamente dos kilometros que bordea un arroyo lleno de arboles y mucho mucho silencio, si no hubiese sido por una horda de españoles que andaba en patota y que hablaban casi gritando, por lo que caminamos rapidito para separarnos del grupete y sumergirnos en ese espacio de calma y conexión. Realmente fue una delicia!!!!

Después de ese rico break, decidimos bajar hasta el barrio de Gion, un lugar con mucho movimiento y comercio tradicional, donde para variar entramos a un Book Off y salimos cargaditos de libros y juegos, haciendo honor a nuestra parte consumista que volvió a surgir después de nuestro breve estado zen. Cuek!!!

Y para terminar, recorrimos Pontocho, una callecita tradicional que bordeaba el río, con muchos restaurantes y vida nocturna. Ahí decidimos comer y tomarnos algo mientras repasábamos lo excelente que había estado el día, en comparación con lo gris y lluviosa de la jornada anterior. Kyoto se había reivindicado.











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